Aprender música es un auténtico regalo que podemos ofrecer a nuestros hijos. No solamente se van a beneficiar de una capacidad artística sino que, de manera paralela y a través de la práctica regular de música, se desarrolla el cerebro y se consiguen unas conexiones neuronales que, de lo contrario, se perderían. En líneas generales, se puede decir que la educación musical en la infancia mejora la capacidad cerebral.
Eso sí: es una carrera de fondo. Esos cambios estructurales no tienen lugar de un día para otro. Tendremos que esperar a recoger frutos pasados unos meses, como mínimo.
Al margen del contenido estrictamente académico y teórico, encontramos otros beneficios "colaterales". De entre ellos, se enumeran normalmente, para que apreciemos la formación musical de los más pequeños del hogar, los siguientes:
- favorece la concentración (sin ella es imposible atender a tantos frentes como son necesarios para poder tocar un instrumento),
- estimula la paciencia (no todas las cosas son inmediatas),
- se aprende a valorar el esfuerzo (no todo sale bien a la primera),
- agudiza la memoria,
- fortalece la autodisciplina,
- incrementa la autoconfianza,
- reduce niveles de estrés y ansiedad,
- proporciona diversión de forma sana,
- culturiza y sensibiliza al futuro adulto,
- hay quienes defiendes que los niños que estudian música tienen mejor rendimiento escolar e,
- incluso, algún psiquiatra pediátrico afirma que en niños con problemas depresivos, ¡tocar el violín es mejor terapia que un tratamiento farmacológico!
Aunque no contáramos con tantos beneficios por tocar un instrumento, "solamente" disfrutar de la música, ser capaz de expresarse a través de ella, tener el lenguaje musical asimilado e interiorizado... son motivos suficientes para intentarlo.
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